La página o sitio web con un dominio propio es la herramienta más poderosa, además de la única totalmente bajo su control, con la que cuenta una persona, una familia, una colectividad o una empresa, para la gestión pública, tanto de su presencia, como de su reputación digital.
A no ser que se sea el dueño de un medio de comunicación, como una televisora, una radiodifusora o un periódico, solo mediante una web se puede difundir de forma precisa, clara sin sin intermediarios ni interferencia, la información que se desea publicar, sin estar sujeta la censura o a las políticas impuestas por los portales de terceros o por las propias redes sociales.
Inmediatez vs. perseverancia
La moda de la inmediatez comunicativa en cuya vorágine se hallan inmersos, sobre todo, los más jóvenes, ha hecho que en su esquema de prioridades el sitio web quede relegado a un segundo plano, pues para ellos importa más “transmitir” que “comunicar”. Si, transmitir un sentimiento, una expresión o una postura por encima y antes que una idea, una reflexión o un pensamiento.
Este proceder puede ser válido y hasta aceptable mientras se es joven y el capital digital apenas se empieza a crear, no así en personas que ya pasan de cierta edad, mucho menos en una familia donde al menos dos generaciones distintas conviven y absolutamente imperdonable para las empresas, las organizaciones o para personas que realizan alguna actividad comercial, profesional o empresarial no pueden darse el lujo de despilfarrar su capital digital por no tener su propio sitio.
Mientras no se cree una página web asociada a un dominio referenciado al nombre, imagen pública o corporativa de la persona, grupo familiar o empresa, ésta se halla totalmente expuesta y sin soberanía sobre su propio patrimonio digital.
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